Quicio
“EL PADRINO” ADELFO

Quicio
“EL PADRINO” ADELFO
Eduardo Castillo Cruz*
Publicado, hoy, en la página 4B de la Sección Política del diario El Imparcial de Oaxaca.

Algo siempre quería decir con los ojos ante kilómetros de palabras que se dejaban caer y que escuchaba con la paciencia de un monje. Nunca abandonó su misión de servicio, ni en los meses más duros que fueron los previos a su partida.

En muchas ocasiones, con el calor humano de una sonrisa ablandó la furia que en desorden reclamaba un sentido a la vida y que desde el fondo no era más que una mano que pedía ayuda.

Lo que podría entenderse como un milagro, para él fue su pase de vida que adquirió desde que alguien lo escuchó hablar y conoció su historial. Le dijeron: “como me ayudas” y a él nunca se le olvidó.

Su aspecto regordete fue cambiando con el tiempo, pero nunca dejó de ser aquel hombre bonachón que por las noches jugaba futbol con sus “ahijados”. El que convocaba a compartir cazuelas con ricos guisos después de sus círculos de estudio. Los “pechitos” no podían faltar y fue “implacable” cuando la cena no era buena. La buena comida también era parte de la recuperación.

Con él, no se trataba de esconder las penas, y ni de ahogarse en un vaso. Siempre tejió fino una posibilidad, una alternativa, una razón suficiente para no abandonar el barco. Aprender del dolor y caminar sin mirarse con lástima, era más que verdad.

Un trabajo que día a día procuró con el lenguaje del corazón. La bondad acompañando a la fraternidad, algo que por lo regular se desprecia en un mundo de egoísmos retorcidos.

Un nómada que brindaba dosis de espiritualidad a domicilio, por teléfono o en persona, su boca era la tribuna, una voz con luz de esperanza que transmitía su propia experiencia y siempre con una misión inmediata: salvarse, y otra de corto plazo: lograr quietud por las siguientes horas a quien no podía contener su brutal manía de autodestrucción.

Su cuerpo desmereció, pero nunca se arrepintió de pertenecer a una comunidad de iguales, donde aprendió y enseñó los principios de un programa con sus tres legados: recuperación, unidad y servicio. Un don de Dios.

Quien se siente útil, merece respeto. Un hombre sin temor al compromiso, de una sola pieza, de tiempo completo en el servicio donde se llenó de energía, fuerza, fe y donde trabajó intensamente para ayudar a quien estaba dispuesto a dejar de sufrir.

Nunca fue un desperdicio lo que dijo o hizo, supo a tiempo renunciar a sus ambiciones personales para permitirse el necesario sacrificio humano en beneficio del otro.

A nadie negó la oportunidad, siempre tuvo un recibimiento cordial y entusiasta para quien se acercaba. El reloj nunca fue un obstáculo para motivarse y con paciente atención comprender con claridad la situación de quien tenía necesidad de hablar.

Para soñar con un nuevo tipo de sociedad humana sabía que la solución no vendría de un experto, sino de la sencillez para llevar paso a paso la guía para lograr otro molde de vida.

Con un programa basado en principios espirituales enriqueció su propia vida de sobriedad. Entendió que aislado, o negándose a compartir su propia experiencia, no podría obtenerla.

Era notable cómo una taza de café fue siempre suficiente para que un experimentado miembro diera, con humildad, significado y confianza a un principiante, con miedo y desorientado, en busca de ayuda.

Nada fácil trabajar con los impulsos físicos atribuidos a una obsesión mental y donde el amor al prójimo escasea. Él estuvo ahí donde la experiencia con humildad es premiada con oportunidades para empezar de nuevo, para protegerse de una posible recaída.

Las aceptó para enriquecer su vivencia personal. Tuvo la profunda satisfacción de trabajar con otros, de hablar con sinceridad, de pedir ayuda y de escuchar el drama de la vida como un privilegio para entregar parte de la suya.

Abrió, dentro de sus propios límites, las grandes posibilidades de practicar un programa para solucionar problemas, para suavizarlos con compasión y comprensión. Un trabajo de servicio para el bienestar común que no dejó a su suerte durante años.

Con un estilo natural sus emociones nunca huyeron, las entregó a otros por propia supervivencia, para edificar un puente de comunicación de franqueza, de energía de vida. El tiempo le dio un regalo: solo dando se recibe.

Un portador de esa luz de esperanza se fue. Descanse en paz “el padrino” Adelfo. Gracias por cumplir su misión en Alcohólicos Anónimos (Oaxaca).

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*Presidente del Foro Permanente de Abogados A.C.