Diario La Jornada/ Lic. José Murat
Con cientos de millones de personas forzadas a desplazarse al año, los migrantes y refugiados han ocupado los titulares en todo el mundo: desde la crisis de refugiados en Europa, la embestida de la derecha internacional en contra de la población migrante en los polos de desarrollo hasta, en coincidencia con el inicio de 2020, la reanudación de las caravanas que viajan de Centroamérica a Estados Unidos.
En efecto, lo que hoy ocurre en la frontera sur de México, con hermanos centroamericanos que tratan afanosamente de llegar a la mayor economía mundial en busca de una mejor calidad de vida, para ellos y su familia, debe suscitar nuestra solidaridad colectiva y una suma de esfuerzos de autoridades y sociedad civil, una postura alejada de maniqueísmos ideológicos y los simplismos de la derecha, para un tratamiento humanitario y eficaz a corto y mediano plazos.
Un tratamiento inscrito en el espíritu del Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular promovido por la ONU, conocido como Pacto de Marrakech, aprobado el 13 de julio de 2018 por 152 países, incluido México, el primer acuerdo global que reivindica los beneficios de la migración y protege a los migrantes indocumentados, pues refleja el entendimiento común de los gobiernos de que la migración que cruza fronteras es, por definición, un fenómeno internacional y que para gestionar con efectividad esta realidad global es necesaria la cooperación para ampliar el impacto positivo para todos
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La pobreza, y en particular la extrema, junto con la asimetría en el desarrollo entre unos países y otros, es el factor principal que alimenta y detona el flujo incesante de personas de ambos géneros, niñas y niños incluidos.
Europa y América del Norte son las regiones que más migrantes reciben; India, México, China y Rusia, de donde más personas emigran, según el estudio de población de migrantes internacionales 2019, del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (DESA). La mayor parte del intercambio se produce en las mismas regiones o continentes. Los hombres migran ligeramente más que las mujeres.
Si se analiza de manera relativa, porcentual y no en términos absolutos, Honduras, El Salvador y Nicaragua figuran de manera creciente entre los principales expulsores de población agobiada por la falta de oportunidades.
Pese a que el número de migrantes internacionales en todo el mundo es una proporción ínfima respecto a la población total, ha aumentado de 2.8 por ciento en el año 2000 a 3.5 en el corte de 2019, lo que significa que en años recientes el número de migrantes internacionales ha crecido más rápido que la población mundial. Por eso hablamos de una migración en ascenso.
De esta manera, a nivel global ascendió ya a 272 millones el año pasado, cifra que indica un incremento de 51 millones de personas respecto a 2010.
En términos de edad, uno de cada siete migrantes internacionales es menor de 20 años: 38 millones, equivalente a 14 por ciento de la población migrante mundial. La mayor proporción de jóvenes la representó el África subsahariana, 27 por ciento, seguida por América Latina y el Caribe, y África septentrional y Asia occidental, alrededor de 22 por ciento cada una.
Además, tres de cada cuatro migrantes internacionales, unos 202 millones, están en edad laboral, fijada entre 20 y 64 años.
Las cifras del estudio de las Naciones Unidas también destaca el crecimiento de los desplazamientos forzados a través de las fronteras internacionales. Entre 2010 y 2017, último balance, el número mundial de refugiados y solicitantes de asilo aumentó en 13 millones, lo que representa cerca de la cuarta parte del incremento en el número total de migrantes internacionales. África septentrional y Asia occidental representaron alrededor de 46 por ciento del número mundial de refugiados y solicitantes de asilo, seguidos del África subsahariana (21 por ciento).
En suma, lejos de los cálculos de la derecha conservadora de los noventa en el sentido de que la economía de libre mercado abandonada a sus propias reglas, es decir, sin interferencia del Estado, sería en el mediano plazo la panacea para el abatimiento de la pobreza y la reducción de la desigualdad, y con ello el decrecimiento de la migración por causas sociales, el fenómeno no ha hecho más que recrudecerse, agudizarse.
Estamos ante un hecho crudo e innegable: cada vez hay más población en busca de un mejor destino por la vía del trabajo bien remunerado. Antes que estigmatizar a los migrantes, como hace la derecha internacional al atribuirles todos los males de los países receptores, tenemos que privilegiar un enfoque integral y humanitario, lo que no riñe con el respeto al marco jurídico de los países de tránsito.