Por: Eduardo Castillo Cruz.
Noventa y dos años después de que su madre Angelina Mijangos Romero y su padre Plácido Zárate Velasco lo tuvieran en sus brazos, el penúltimo de sus hijos partió.
Nació para ser un lúcido intérprete del derecho, su forma de razonar fue peculiar. Como si la naturaleza lo hubiera dotado de un sentido especial para interpretar el néctar vivencial de las normas jurídicas. Era de asombro su tino anticipado y visionario, el estilo de alguien dirigiendo la ejecución de un vals magistral.
Varias jurisprudencias y reformas legislativas llegaron, años después, a confirmar varios de sus criterios aplicados en resoluciones que sostuvo sin titubeo y abierto a que fueran impugnadas y revisadas. Sus largas y constantes caminatas con las manos entrelazadas en la espalda baja, pensando y reflexionando temas jurídicos, siempre trajeron fruto.
El juez que en el mar era incansable perfeccionó su gusto por nadar. No se veía como funcionario. “Siéntate en mi silla y verás que no es el lugar, sino tú”, le dijo en una ocasión a un joven que aprendió bien lo que le enseñó y hoy es un brillante integrante del Poder Judicial Federal.
Nunca se obsesionó por trabajar en la capital de Oaxaca. Su interés por estar en el lugar de los hechos lo llevó a recorrer las regiones y así, después de treinta y siete años de ejercer la función de secretario de acuerdos y juez en materia civil, mercantil, familiar y penal, el siete de agosto de mil novecientos noventa y cinco le llegó su nombramiento de magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca.
El atleta de gran espíritu y de gran inteligencia fue de físico delgado y moderado en su forma de vestir aunque siempre lo hizo con fineza. Enseñó que la función judicial no admite holgazanes y remisos de la lectura. Leer y leer como equivalente de nadar y nadar.
Subrayó que en las resoluciones judiciales era fundamental ser certero y no ser exhaustivo en errores y confusiones. El juzgador tiene que abandonar la comodidad de su escritorio porque el conocimiento y la experiencia no se improvisan, ni por decreto se da, señalaba.
Empezó a trabajar a los diecisiete años. Con seguridad fue el hecho que lo hizo sensible a las necesidades de la niñez bajo el cuidado de una madre. No se conformó con el manejo de conceptos y de la técnica jurídica, se ocupó de que sus resoluciones no impidieran el impulso necesario a la niñez y a la juventud y que propusieran, siempre, entornos adecuados para su sano desarrollo.
Creía sin trabas en el talento de la juventud. Inspiró a que más de uno o una eligiera la carrera de derecho. Fue un gran maestro influencer de la práctica jurídica.
Con una mentalidad de alta calidad no se limitó a desentrañar la redacción de artículos de la Constitución y de las leyes secundarias. En una ocasión resolvió que no era procedente invalidar el acta de un niño por razón del lugar de su nacimiento, como lo pretendían sus padres, porque perjudicaba su derecho a decidir y su derecho a ser votado en un futuro. Interpretó lo que en México, años más tarde, formaría parte del catálogo de derechos humanos.
Con uno de sus hermanos compartió el entusiasmo y vocación por el derecho. Sus debates jurídicos fueron intensos y directos, pero con el reconocimiento recíproco que frente a frente no se decían. Mi hermano es el mejor abogado que hay en Oaxaca, le contaba con orgullo a otros, mientras que él era citado por su consanguíneo como el mejor juez civil de Oaxaca.
Toca despedir al jurista humano y sensible que con expresión sobria amó y demostró con acciones el gran amor que en el fondo de su corazón sentía por su familia, amigos y personas que estimaba.
Vivió su vida con el tono que eligió, con sus pasatiempos que formaron parte de su hoja de vida. En paz descanse el magistrado Octavio Zárate Mijangos (1931-2023). Honoris ad perpetuam al señor juez. A su esposa, la señora Crisantema Apak Silva y a sus hijas Luz Divina, Crisantema, Gabriela y Mónica Zárate Apak, un abrazo solidario.
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*Presidente del Foro Permanente de Abogados A.C.